viernes, 16 de diciembre de 2011

PRESENTACIÓN DE "DESPERTANDO A LA RAZÓN"

Para todos aquellos que no pudísteis venir a la presentación, mi amigo Nono nos ha facilitado una grabación del acto completo. Espero que os guste. Un abrazo.

domingo, 6 de noviembre de 2011

EDUCACIÓN ESPAÑOLA (II). CAUSAS DEL “FRACASO EDUCATIVO”.

Los medios de comunicación, los responsables políticos (ministros, consejeros y delegados de educación) así como los inspectores (e inspectoras) de los centros educativos no paran de hablar del “fracaso escolar”. Hay que disminuir como sea el fracaso escolar, nos dicen. Y, claro, cualquiera que se niegue o que simplemente ponga en duda los métodos o las vías que tales eminencias proponen para reducir el fracaso escolar es, automáticamente y sin ser escuchado, descalificado. Lo tildan de mal profesional o de retrógrado, elitista y segregador que no se preocupa de aquellos que menos pueden o que menos tienen. Pura demagogia, por otra parte. Obsérvese, si no, lo que Esperanza Aguirre ha dicho de aquellos profesores que no comparten sus métodos –trabajar más por igual salario-: poco menos, viene a decir, que son unos vagos insolidarios con su país.

El problema del fracaso escolar está mal planteado desde el origen.
En primer lugar, ¿a qué se refiere el término “escolar”? Esto es, ¿quién fracasa? ¿La escuela? ¿El propio escolar, o sea, el estudiante? Según se deriva de la propia expresión parece que el fracaso escolar es algo así como el fracaso del estudiante por causa, entre otras cosas, de la escuela. Y, en segundo lugar, ¿a qué se refieren con “fracaso”? ¿A que los alumnos no alcanzan los conocimientos, las actitudes y las competencias mínimas exigibles? ¿O a que los alumnos no alcanzan las notas y las titulaciones que se esperaba de ellos?

En general, para el lector que no esté muy familiarizado con el tema, los dirigentes educativos suelen dar a entender que el fracaso escolar está más del lado de las titulaciones y los aprobados, esto es, que los alumnos titulan poco, que aprueban pocas asignaturas. Y, aunque reconocen que ello muchas veces se debe a sus circunstancias personales, familiares y sociales que no son lo buenas que debieran ser para permitirles una adecuada formación, culpan a la escuela de no adaptarse suficientemente a dichas circunstancias como para que el alumno deje de fracasar. En resumen, que los profesores tienen la culpa última y definitiva de que los alumnos suspendan y de que no consigan el título que se hayan propuesto. Si el alumno fracasa, la culpa es del profesor.

Desde mi perspectiva, la Administración pública (la andaluza en particular y la española en general) está bastante equivocada en su análisis y diagnóstico del fracaso escolar así como en las propuestas que hace para remediarlo.
Veamos. El conocimiento de datos, la capacidad de respetar unas normas y el dominio de unas competencias intelectuales y procedimentales básicas es hoy día bastante peor que hace unas décadas (no tantas) cuando yo mismo estudiaba en mi instituto de pueblo. Los temarios de hoy son más cortos y menos difíciles que los de la E.G.B. y el B.U.P. de hace unos años. Los alumnos ahora presentan más problemas de hiperactividad y falta de concentración que nunca. Nunca como ahora ha habido los conflictos de convivencia que sufrimos en los centros (léase amenazas a profesores, enfrentamiento de padres y docentes, bullying, acoso escolar... y un sinfín de lindezas que ocurren a diario). ¿Acaso la sociedad de hoy es peor que la de los años ochenta? ¿Viven peor nuestros alumnos en sus casas? ¿Ha habido alguna epidemia que ha hecho a nuestros hijos más torpes que sus padres? ¿Comen peor, tienen menos ropa, viajan menos, son peor tratados por sus progenitores…? Yo creo que no. Habrá, como había antes, niños y jóvenes con problemas, pero no más que antes. Sin embargo, todo va peor.

No vale decir que antes la educación no era universal y gratuita y que, al incorporar a todos al sistema educativo, es cuando se ha estropeado el mismo. Y no vale porque cuando yo estudiaba la educación sí que era universal y gratuita. En mi colegio y en mi instituto estudiaban niños de todas las clases sociales, económicas e intelectuales y, precisamente, el centro educativo ayudaba a los menos favorecidos a romper el círculo vicioso al que su procedencia les habría sometido si no fuera por la educación que conseguían recibir.
Además, los profesores de hoy día no son menos vocacionales, ni están menos preparados intelectualmente, ni han sido peor instruidos pedagógicamente que los profesores de antaño.

¿Qué sucede hoy entonces?

Suceden muchas cosas, pero ninguna de las que nos cuentan nuestros dirigentes.
Sucede que el fracaso escolar no se detecta cuando los alumnos suspenden o titulan menos pues, como advertí en un artículo anterior, hoy titulan más que hace unos años por la presión a que la Admón. somete al profesorado con intenciones electoralistas. El fracaso escolar se detecta cuando la OCDE nos advierte de que nuestros alumnos no tienen ni los conocimientos ni las competencias que deberían. ¿Y por qué no las tienen? ¿Acaso nuestros docentes no se esfuerzan por enseñar, no hacen su trabajo en clase (y en casa) como lo hacen los profesores de otros países o de otras épocas?
Nada de eso. Sucede que nuestros alumnos no tienen dichas competencias porque el sistema educativo no permite al profesorado ejercer su profesión como la venía ejerciendo hasta no hace tanto. Tenemos un sistema que superproteje al alumnado, que ha eliminado el esfuerzo como herramienta educativa, que obvia los suspensos y permite al alumno promocionar sin haber adquirido dichos conocimientos y competencias, que no sanciona la indisciplina, que confía más en la palabra y las buenas intenciones de los alumnos que en la de los profesores… y un sinfín más de despropósitos que desgranaré en otra ocasión.

Por ahora baste al lector saber que no se trata tanto de fracaso escolar (del alumno y de la escuela) sino que lo que está fracasando es el sistema educativo mismo. Un sistema que construyeron pedagogos sin experiencia docente, políticos que ideologizaron la educación y desertores de la tiza que preferían inspeccionar a otros que enseñar ellos mismos. Eso, y no dos horas más o menos de clase, es lo que nos indigna a los profesores. No se confundan, el fracaso es educativo, no escolar.

Manuel Calvo Jiménez.

Sevilla, 20 de septiembre de 2011

domingo, 23 de octubre de 2011

EL FIN DE LA DEMOCRACIA DÉBIL (Escrito en 2006)


Ortega escribió: “pensar es, quiérase o no, exagerar. Quien prefiera no exagerar tiene que callarse; más aún: tiene que paralizar su intelecto y ver la manera de idiotizarse.”1 Y es que el pensamiento viene a ser como un potente microscopio que exagera lo real para poder así diseccionarlo con precisión; aunque, tras el acto de pensar, podamos y debamos volver a las dimensiones macroscópicas en las que nuestra vida cotidiana se desenvuelve.

Si miramos a nuestra sociedad a través de la lente que nos brinda Ortega en su obra La rebelión de las masas podremos certificar que, pese a pequeñeces despreciables, sus vaticinios (forzosamente exagerados, pues son fruto de un verdadero pensamiento) se cumplen con estremecedora precisión: las masas se han rebelado y han establecido su imperio.

Con no pocos esfuerzos, y tras muchos cientos, miles de años de total ausencia de libertad política y social, en un privilegiado rincón del mundo, Occidente, se están imponiendo con firmeza las democracias, el poder del pueblo. Los ideales ilustrados de igualdad, fraternidad y, sobre todo, de libertad se están llevando a la práctica con relativo éxito. Nunca como ahora en la historia los seres humanos habían tenido tantas y tan importantes posibilidades de llevar una vida gozosa, libre, plena feliz. Sin embargo, no es menos cierto que también es ahora cuando menos se aprecian los logros obtenidos por nuestros predecesores y cuando más peligro hay de que lo conseguido pueda perderse para siempre. “No quiero decir con lo dicho, -escribía Ortega-, que la vida humana sea hoy mejor que en otros tiempos. No he hablado de la cualidad de la vida presente, sino sólo de su crecimiento, de su avance cuantitativo o potencial”2.

Analizando la democracia española en sus albores, Ortega detecta en ella la existencia de una “cepa” de infección peligrosa que puede acabar por corromperla: la “ignorancia inconsciente3. Es cierto que en todas las épocas los pueblos han vivido cargados de ignorancia, pero la ignorancia de las democracias actuales lleva aparejada una nota esencial que la hace ser mucho más peligrosa y mucho más ignorancia que nunca: la inconsciencia. Antes el ignorante sabía de su propia ignorancia y se avergonzaba de ella reconociendo la dignidad superior del docto (una superioridad, por supuesto intelectual, no ontológica). Pero la ignorancia actual (tanto en la actualidad de principios del siglo XX como en la de principios del XXI) es tan profunda que aquel que la padece no se sabe como tal, sino que se ve a sí mismo como docto. “Nadie hay ni puede haber más docto que yo”, piensa el ignorante.

Ortega creía que lo que él veía en la sociedad de su época era el definitivo efecto perverso de esa ignorancia en la democracia en donde triunfaba la homogeneidad del pueblo descrita como la “muchedumbre-masa” por contraposición a la “minoría excelente”. En una sociedad tal la democracia pasa a ser “híper-democracia” en la cual “el alma vulgar, -dice Ortega- sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho a la vulgaridad y la impone dondequiera”4. Ortega veía surgir al “hombre-masa” por todas partes de tal modo que llega a decir que “si dejamos a un lado -...- todos los grupos que significan supervivencias del pasado -...- no se hallará entre todos los que representan la época actual uno sólo cuya actitud ante la vida no se reduzca a creer que tiene todos los derechos y ninguna obligación”5.

El hombre-masa, satisfecho de sí, no acepta la existencia de ninguna instancia exterior a sí mismo, superior a él, a la que referir su moral o su conocimiento. No acepta la existencia de nada superior o mejor que su propia voluntad o su libre capricho, ni nada preferible a su propia opinión, apetito o impulso. El hombre-masa es el niño mimado que cree merecerlo todo porque todo le ha sido regalado desde el principio sin necesidad de hacer el más mínimo esfuerzo.

Y he aquí donde Ortega llega al meollo de la cuestión y da en la clave de la peligrosidad de las democracias modernas: el hombre-masa, ignorante inconsciente, cree que el estado democrático en el que vive es algo natural a lo que tiene derecho sin colaborar en nada para su mantenimiento. “Así se explica y define el absurdo estado de ánimo que esas masas revelan: no les preocupa más que su bienestar, y, al mismo tiempo, son insolidarias de las causas de ese bienestar. Como no ven en las ventajas de la civilización un invento y construcción prodigiosos, que sólo con grandes esfuerzos y cautelas se pueden sostener, creen que su papel se reduce a exigirlas perentoriamente, cual si fuesen derechos nativos”6.

Pese a todo, el análisis que Ortega hace de la sociedad, aun llegando al núcleo mismo del problema, se nos queda algo corto para la comprensión de la democracia actual. Y esto fundamentalmente porque, como el propio Ortega indica, él dejó de lado esos grupos que significaban supervivencias del pasado (cristianos, idealistas, viejos liberales, etc.), grupos que, por cierto, abundaban a principios del siglo XX. Por ello aún quedaban numerosos reductos de hombres pertenecientes a la minoría excelente y la masa no se había extendido en la medida en que lo ha hecho y lo sigue haciendo hoy día. En la actualidad, el inmenso desarrollo tecnológico y de los medios de comunicación, como imparable viento huracanado, ha soplado sobre las ascuas de la muchedumbre-masa elevando la ignorancia inconsciente a dimensiones colosales. Se podría decir que la muchedumbre-masa es hoy día un fenómeno de carácter universal. Y, tal y como podría haberse previsto, ciertas minorías interesadas aprovechan la situación para conducir a los pueblos a donde sus propios intereses particulares les indican. Allá donde suena el cencerro del poderoso van las muchedumbres inconscientes pensando, paradójicamente, que hacen lo que su voluntad les marca. Podríamos decir que vivimos en democracias de papel, democracias ficticias en las que el pueblo ignorante cree decidir según su propia voluntad sin saber que su voluntad no les pertenece pues ha sido preconfigurada desde el exterior. Son, pues, democracias débiles.

La democracia, como sabemos, es la dirección de la sociedad por parte del pueblo; pero cuando el pueblo es ignorante e irreflexivo, cuando carece de voluntad propia o de criterios de discernimiento, entonces la democracia pierde fortaleza, se debilita dejándose manejar fácilmente por unos pocos sin saber (ni querer) oponerse. El pueblo debilitado es fácilmente convencible, sometible, dominable, adulable,... y decide lo que queramos que decida. De modo que la democracia débil no es sino un sistema totalitario con aspecto democrático (un aspecto puramente externo y formal).

De hecho, en realidad quizá nunca haya existido una verdadera democracia, una democracia fuerte. La clave probablemente haya que buscarla en la Antigua Grecia y en uno de los maestros de la filosofía: Platón. Recordemos que Platón se quejaba de que el sistema democrático era contrario a la razón puesto que, igual que el alma humana, la sociedad debe ser gobernada por la parte más racional de la misma, esto es, por la “minoría excelente”: los sabios. ¿Cómo va el pueblo ignorante –pensaba Platón- a dirigir con justicia y verdad los destinos de la sociedad si no sabe qué es lo justo ni cuál es la verdad? Su pensamiento puede sonar, como el de Ortega, a un elitismo intolerable para una mente realmente democrática. Quizá. Pero si ninguno de nosotros pone su salud en manos de inexpertos, sino que buscamos a los mejores especialistas y, ni tan siquiera, dejamos que cualquiera repare nuestro coche, sino que buscamos a un buen mecánico, ¿cómo podemos defender que aquello de lo que en el fondo dependen nuestras posesiones y nuestra propia vida y felicidad, esto es, la política, quede en manos de ineptos e ignorantes? No señores, no es fácil rebatir a Platón.

Sin embargo, son sonados los fracasos de Platón por instaurar su aristocracia (supuestamente perfecta) mientras triunfaba la democracia ateniense. Pero Platón seguía criticando a la democracia, probablemente no por ser democrática, sino por su esencial debilidad. Y la debilidad de esas democracias Antiguas provenía, entre otros posibles motivos, de la filosofía sobre la que se sustentaba: la sofística. Dejando a un lado los grupos que significaban supervivencia del pasado (como el propio Platón), la corriente de pensamiento que impregnaba la vida política de aquellas polis democráticas no era otro que el relativismo sofístico que, grosso modo, venía a defender los principios que sustentan hoy día a las híper-democracias: no hay verdades, ni instancias exteriores a las que referir la moral o la ley, nadie es más que nadie... y la homogeneización se impone ante la excelencia.

¿Pero eran aquellas democracias verdaderas, o eran simples democracias débiles? Los avezados políticos profesionales se vanagloriaban de ser capaces de convencer a un auditorio (compuesto por unos ciudadanos en general mal instruidos) de una cosa y, acto seguido, convencerlos de lo contrario. Un pueblo así, fácilmente adulable y manejable sin límites ¿es el verdadero conductor de su destino o está en manos de unos pocos que se aprovechan de su ignorancia?

Platón supo verlo, pero no pudo evitarlo. Y la máscara democrática con la que se cubrían los poderosos se desprendió de las sociedades occidentales durante siglos, sin que en el fondo cambiara nada esencialmente.

Hoy han vuelto las democracias, las democracias débiles; los poderosos, aduladores y sofistas, han reconstruido la máscara de la libertad apoyados en una nueva filosofía débil: la filosofía posmoderna. Y tras ella, la oquedad de un pueblo ignorante que ríe tontamente creyendo dominar su destino y desconociendo su desconocimiento.

La Filosofía Posmoderna en la actualidad ha jugado y juega un papel similar al de la Sofística en la Antigüedad. Ha renunciado a la posibilidad de los fundamentos, ha renunciado a la posibilidad de la verdad, y, con ello, ha situado a todo saber en el mismo nivel. De modo que, ahora más que nunca, nadie es más que nadie, ni sabe más que nadie.

Con este pensamiento débil (así llamado por los propios autores posmodernos y de donde nosotros hemos tomado el adjetivo para calificar a la democracia que sobre él se sustenta) creían ilusamente (y quizá, no lo niego, bienintencionadamente) los posmodernos que estaban eliminando la posibilidad del totalitarismo y sentando las bases de una verdadera democracia. Pero esto no ha sido así. Si no hay opiniones mejores ni peores, pensaban, si todo es relativo, si no hay metarrelatos fundamentadores de la verdad, entonces ya nadie estará en disposición de arrogarse la posesión de la verdad, de la justicia y del bien dogmáticamente y, por consiguiente, nadie estará en disposición de imponernos sus creencias eliminando nuestra libertad. Con lo cual, concluían, no hay otra forma de vivir en libertad que admitiendo que todos tenemos la misma cantidad de razón en nuestros juicios, que nadie posee más verdad que nadie, y que todo vale. Pero se equivocaron. Platón lo vio, Ortega lo vio, y nosotros, gracias a ellos, lo empezamos a ver también.

Ortega lo describía perfectamente de una forma parecida a como lo que sigue: la muchedumbre-masa, satisfecha de sí, piensa que su opinión, su capricho o su deseo son absolutamente respetables y nada hay ni puede haber superior a ellos. Por tanto, ¿a qué esforzarse por mejorarlos? ¿Acaso existe algo que sea mejor a cualquier otra cosa? Por ello la masa no mejora, no se ennoblece porque no se esfuerza, y permanece en la vulgaridad de una vida que se deja llevar a base de inercia7.Un pueblo así no acepta vivir bajo la premisa del diálogo, sino que únicamente puede, sabe y quiere resolver sus problemas con la violencia como única razón esgrimible.

Por tanto, si el pensamiento débil de los posmodernos pretendía diálogo, democracia y libertad, lo que ha conseguido es justo lo contrario: cerrazón, silencio (un silencio referido a la ausencia de diálogo, no precisamente a la ausencia de ruido) y violencia (violencia doméstica, violencia escolar, violencia político-verbal, violencia internacional ...). Y es que para dialogar hay que poseer razones, ideas, argumentos de los que la masa carece y a los que el pensamiento débil ha condenado a desaparecer por el momento. “Tener una idea es creer que se poseen las razones de ella, y es, por lo tanto, creer que existe una razón , un orbe de verdades inteligibles. Ideas, opinar, es una misma cosa con apelar a tal instancia, supeditarse a ella, aceptar su código y su sentencia, creer, por lo tanto, que la forma superior de convivencia es el diálogo en que se discuten las razones de nuestras ideas”8.

Parece, pues, que si queremos de verdad alcanzar una democracia real, una democracia fuerte debemos recuperar la confianza en el pensamiento, en el razonamiento, en definitiva, en la posibilidad de alcanzar verdades de un modo lógico, sin violencia. Debemos recuperar el pensamiento en sentido fuerte superando las tesis posmodernas. Pero no para creernos en posesión de verdades absolutas e imponerlas a una mayoría que sigue siendo masa, aborregada y acrítica. La base real y última de la democracia, de la verdadera democracia es el pueblo, un pueblo capaz de dirigir su propio destino, un pueblo difícilmente adulable, difícilmente convencible, difícilmente domesticable; esto es, lo que es un verdadero pueblo frente a la muchedumbre-masa. Y la única forma conocida para convertir a la masa en pueblo no es otra que la EDUCACIÓN.

En conclusión, si queremos convertir la debilidad en fortaleza, la ilusión en realidad, si queremos rellenar la máscara democrática de autenticidad, la sociedad debe afrontar de forma inminente dos tareas fundamentales:

- Desde una perspectiva filosófica: superar el relativismo posmoderno y recuperar una versión fuerte pero no dogmática del pensamiento.

- Desde una perspectiva social: reformar la educación para que el pueblo aprenda a pensar por sí mismo y a ser verdaderamente libre.

Con ello conseguiríamos, al mismo tiempo, superar a Platón y a Ortega corrigiéndoles en algo también esencial para la democracia: que no gobiernen las minorías excelentes, sino que consigamos que sea la mayoría la que alcance la excelencia, o sea, que la masa se convierta en pueblo.

Ahora sólo nos quedaría una pregunta: ¿va la educación actual dirigida a conseguir un objetivo verdaderamente democrático? ¿No estaremos, más bien, convirtiendo al pueblo en masa?

sábado, 22 de octubre de 2011

INVITACIÓN A MESA REDONDA SOBRE EDUCACIÓN


Os invito a todos los lectores de este blog a asistir a la mesa redonda del próximo miércoles 26 de octubre sobre "POLÍTICA Y EDUCACIÓN" y en la que participo como representante de las ideas de UPyD. Un abrazo.

sábado, 8 de octubre de 2011

CAUSAS DEL FRACASO ESCOLAR


Causas del fracaso escolar, Ricardo Moreno Castillo
(Extracto del libro “Acerca de la Educación en España”.  Fundación Progreso y Democracia 2010.)

Para aclarar cuáles son las causas de nuestro fracaso escolar, empezaré diciendo cuales no son las causas. Las causas no están en los cambios sociales, ni en que la sociedad sea ahora más compleja, ni en la presencia de emigrantes. Es cierto que ahora existen familias separadas, pero si ahora están los problemas procedentes del divorcio, antes estaban los rocedentes de la ausencia de divorcio. También es cierto que ahora hay inmigrantes
en nuestras aulas, pero atribuir a esto el deterioro de nuestra educación es, además de una villanía, una manera como otra cualquiera de fomentar la xenofobia. Un inmigrante no es por sí mismo más o menos gamberro que un español. Es más, muchos estudiantes, procedentes de países con una escuela más tradicional (porque al ser países pobres, no tenían dinero para invertir en experimentos educativos delirantes) se escandalizan del poco respeto que los alumnos españoles tienen a sus profesores. Muchos chicos sudamericanos llegan sabiendo dos cosas que ignoran la mayoría de de nuestros estudiantes: a pedir las cosas por favor, y la tabla de multiplicar. Lamentablemente, lo primero se les olvida enseguida, porque nada es tan contagioso como la grosería y los malos modales.

Explicar el fracaso de la famosa reforma educativa atribuyéndola a factores circunstanciales, y no a la propia perversidad del sistema, es el pasatiempo favorito de los forjadores de dicha reforma, porque de este modo encubren su propio fracaso. Pero quienes así argumentan olvidan dos cosas muy esenciales.

La primera, que existen institutos en los barrios y en los centros de las ciudades, institutos con emigrantes e institutos sin ellos, institutos rurales e institutos en pequeñas villas marineras. Por mucho que haya mejorado España en general, y esto nadie lo duda, el medio en el que están situados los centros de enseñanza pueden ser distintos, pero en todos ellos el nivel de conocimientos de los alumnos y el de convivencia bajó estrepitosamente en cuanto se implantó la reforma. Cuando una misma reforma provoca efectos tan desastrosos en circunstancias sociales
tan variadas, es razonable pensar que la culpa es de la reforma, y no de las circunstancias sociales.

La segunda, que la reforma no se implantó a la vez en todas partes, sino que durante varios años estuvieron coexistiendo ambos sistemas. Y ya empezaron a sonar las primeras alarmas, porque se empezaron a ver las primeras diferencias entre los alumnos que habían estudiado en institutos donde se mantenía el viejo sistema y los que lo habían hecho en aquellos que habían implantado el nuevo, claramente favorable a los primeros. Y esta diferencia se podía constatar entre centros próximos entre sí, por lo cual las diferencias que pudiera haber entre los alumnos según su procedencia social eran irrelevantes.

Pero esta manera de argumentar por parte de los responsables de la LOGSE, la de atribuir el naufragio educativo de nuestro país a causas circunstanciales y no a un sistema disparatada, no sólo es equivocada, también es producto, en muchos casos, de mala fe. Y la prueba de ello está en que una gran parte de los que pregonan las excelencias de nuestra escuela pública envían a sus propios hijos a colegios privados. No sería discreto dar nombres, tan sólo os invito a mirar a vuestro alrededor y a averiguar dónde estudian los hijos de amigos y conocidos que son entusiastas de nuestro sistema educativo. Entonces, digan lo que digan los mentores de la reforma, ésta no ha fracasado por culpa de los cambios en la sociedad, puesto que estos cambios han sido para bien, sino porque la reforma fue un disparate. Y un disparate que se podía haber evitado, no invirtiendo más dinero, sino invirtiendo más sentido común. Y sobre todo, escuchando más a los profesores, que son los únicos expertos en educación.

La causa de fracaso escolar está, sencillamente, en que nuestro sistema es malo, y es
malo por las siguientes razones:

Primero: No protege el derecho a estudiar. Se considera que la educación es un derecho, pero su conculcación no es considerada delito. Si unos alumnos boicotean una clase, violando el derecho de sus compañeros a recibir una enseñanza digna, los boicoteadores están más protegidos por la ley que los perjudicados. Si pisotear el derecho a la educación no está castigado, ese pretendido derecho es papel mojado. Ni el derecho a aprender de los chicos, ni el de los profesores a no sufrir el acoso de los más gamberros está legalmente protegido. No existe pues en España el derecho a la educación.

Segundo: No existe propiamente educación obligatoria. No es obligatorio estudiar (se puede pasar de un curso a otro con ocho asignaturas suspensas), ni respetar a los compañeros y profesores, ni acatar unas normas que sí son obligatorias en cualquier lugar público. Si un alumno le suelta una grosería a un profesor, no es obligatorio pedir perdón. Es un sistema de enseñanza obligatoria que no obliga.

Tercero: Nuestro sistema educativo confunde estar escolarizado con estar encerrado. Un estudiante que llega a 1º de bachillerato sin saber la tabla de multiplicar o haciendo faltas de ortografía, no ha estado escolarizado, aunque haya acabado la ESO. Simplemente, ha estado encerrado entre cuatro paredes. Si un estudiante no puede aprender porque está siendo molestado o agredido por otro, no está recibiendo una buena educación, está encerrado entre cuatro paredes. Encerrar a los chicos en un lugar al que solo metafóricamente podemos llamar centro educativo resuelve el problema de que no estén en la calle, pero eso no es escolarizar.

Cuarto: No se deja a un estudiante decidir sobre su futuro, pero sí decidir sobre el de sus compañeros. Se mantiene una educación obligatoria hasta los dieciséis con el pretexto de que antes nadie está en condiciones para decidir su futuro. Pero si a partir de los doce años un niño quiere aprender un oficio para entrar cualificado en el mercado laboral y no se le deja, no solo no va a estudiar, sino que también alborotará y no dejará estudiar a los demás, malogrando el futuro de quienes sí quieren estudiar. Entonces, por impedir que decida sobre su futuro, se le deja decidir sobre el los demás.

Quinto: Otro de los males de nuestra educación está en la proliferación de unos autodenominados “expertos” que, utilizando una jerga pretendidamente científica, no dicen
más que patochadas. Y es un disparate elevar a categoría de ciencia lo que no es ciencia porque el buen enseñar es una cuestión de simple sentido común), porque cuando algo que es de sentido común se quiere convertir en ciencia, se transforma en una jerga que bloquea el sentido común. Y las jergas vacías son muy peligrosas. Así como el lenguaje cambia la realidad (y eso lo saben muy bien los políticos), el lenguaje vacío vacía la realidad. Y así se ha vaciado la educación.

Sexto: Un prejuicio muy en boga consiste en sostener que no hay que ser autoritario, hay que dialogar con el niño. Como consecuencia de esto, el profesor ha sido desprovisto de toda autoridad, y las posibilidades de controlar la clase son mínimas. Y se admite que el profesor es quien manda en el aula, o todo discurso sobre calidad de la enseñanza es vacío. Además, despojando al profesor de su autoridad los alumnos no son más libres: por el contrario, los más matones de la clase amedrentan a los demás, y quienes quieren aprender lo tienen más difícil que nunca porque quienes no quieren no les dejan escuchar. Hoy, cuando se habla de la posibilidad de convertir a los docentes en autoridad, salen algunos diciendo que la autoridad hay que ganársela. Pero quienes así dicen están hablando de cosas distintas. Un juez, para ejercer su función, necesita estar dotado de una autoridad que le permita mantener el orden en la sala de audiencias y sancionar las malas conductas que durante el juicio se puedan producir. Si no fuera así, su labor
sería inviable. Ahora bien, es cierto que la autoridad moral de un juez se la tiene que ganar él, con la serenidad de sus actuaciones, la imparcialidad de sus juicios y la ecuanimidad de sus sentencias. Una cosa es la autoridad o el prestigio moral que pueda uno adquirir a lo largo de su vida por su buen hacer profesional (y es cierto que eso se lo tiene que ganar cada cual), y muy otra cosa la autoridad que se pueda necesitar para el ejercicio cotidiano de su profesión (y esa sí debe estar reconocida por una ley). La polémica de si la autoridad del profesor debe ser avalada por una ley o si debe ganársela por sí mismo es una falsa polémica, porque en ella se está utilizando la palabra autoridad con dos significados distintos.

Ahora bien, a veces estoy tentado a pensar que muchos de quienes plantean esta polémica saben que es una falsa polémica, que confunden adrede los dos significados de la palabra autoridad, para así no tener que admitir algo que atenta contra la corrección política y contra la propia imagen, siempre tan gratificante, de profesor vanguardista y novedoso, pero que es algo de sentido común: que para que una escuela funcione, el profesor ha de mandar y los alumnos han de obedecer. A los profesores que tengan reparos en ser autoritarios hay que recordarles que cuando abdican de su autoridad, el resultado no es una alegre y fraternal convivencia pacífica entre los alumnos, sino el abuso de los más fuertes. Los más viejos del lugar, los que todavía tuvimos que hacer el servicio militar, recordaréis un dicho que circulaba por los cuarteles: cuando los oficiales hacen dejación de sus funciones, los sargentos tiranizan a la tropa. También hay que recordarles que si los alumnos no encuentran autoridad donde deben encontrarla, la buscan en donde no deben. Hay chicos desnortados, educados sin pautas ni reglas, que acaban
integrándose en las tribus urbanas buscando, precisamente, alguien a quien obedecer, unas normas que seguir. Hay otro dicho, también muy repetido, pero rigurosamente falso, que afirma que al niño lo educa toda la tribu. Es falso porque nuestra sociedad es familiar, no tribal, y al niño lo han de educar en primer lugar los padres, en segundo los profesores, y si unos y otros tienen escrúpulos en ejercer la autoridad, entonces es cuando el niño busca, inevitablemente, el apoyo de la tribu.

viernes, 7 de octubre de 2011

LA LEY DEL DOBLE 5 (NINGÚN VOTO ES INÚTIL)


NINGÚN VOTO ES INÚTIL O LA “LEY DEL DOBLE 5”



Ante la cercanía de las próximas elecciones nacionales, y viendo que el bipartidismo parece condenado a consolidarse, me siento en la obligación de romper una lanza por esos partidos pequeños en tamaño y grandes en ilusión que suelen ser olvidados por la mayoría de los ciudadanos. “Votar a los pequeños es tirar el voto”, suele oírse por todas partes. Pues bien, eso no es del todo así.


Los ciudadanos deben saber que, pese a que nuestra ley electoral es injusta en casi todos los sentidos, existe una grieta por la que algunos partidos minoritarios pueden acceder a la vida pública con pleno derecho. Y esa grieta se llama “el doble 5”. A saber, cuando un partido político consigue 5 escaños en el Parlamento y, además, es capaz de reunir en toda España el 5% de los votos, dicho partido obtiene un Grupo Parlamentario Propio con los beneficios que ello conlleva.


Muchas veces sucede que un partido es bastante votado en una provincia pero no consigue el número suficiente de votos como para obtener un escaño en el Parlamento. Los votantes entonces piensan que esos votos, que no han conseguido el objetivo deseado, han sido vanos, que han tirado su voto y que podían haberlo invertido en otro partido con más posibilidades. Es cierto que eso es lo que sucede cuando se vota a partidos tan pequeños y con tan pocas posibilidades de obtener escaños que casi nunca llegan a nada. Pero cuando esos votos se dirigen a partidos con un mínimo de solvencia, cuando votamos a partidos que sí tienen posibilidades de obtener esos 5 escaños, aun cuando no obtenga ningún parlametario en la provincia en la que votamos, nuestro voto no es inútil porque se sumará al resto de votos de todas las demás provincias para ver si dicho partido obtiene grupo parlamentario independiente o si va a quedarse como uno más dentro del famoso “Grupo Mixto”.


En esta situación suelen estar los partidos nacionales de tamaño medio como UPyD y algunos otros, que suelen tener sus votos muy repartidos por el territorio nacional y que muchas veces obtienen, por culpa de la perversa ley electoral que beneficia a los partidos grandes y a los nacionalistas, menos escaños que otras formaciones con menos votos (léase PNV o CiU). Los nacionalistas suelen tener más diputados porque concentran sus votos en unas pocas provincias mientras que los partidos nacionales tienen más votos pero dispersos por todas las provincias españolas. Por eso los nacionalismos mandan y otras formaciones más votadas pero con menos escaños como UPyD se quedan con una mínima representación.


Pues bien, ya está bien que España esté en manos del bipartidismo y controlada por pequeños nacionalismos sectarios que no miran por el bien común. España necesita partidos diferentes de los que hay los cuales han demostrado no ser capaces de cambiar de verdad la situación política y económica que nos está hundiendo. Los españoles deben saber que votar a partidos que no sean PP y PSOE no es tirar el voto porque su voto siempre se contabilizará en favor de aquel a quien vote para ayudarle a tener un grupo parlamentario propio.


Ningún voto es inútil, votar a los minoritarios no es tirar el voto. Recuerden la ley del doble 5: 5 parlamentarios y 5% de los votos de todo el territorio nacional. Su voto puede cambiar las cosas. Vote a quien le parezca, pero vote.


Manuel Calvo Jiménez.

domingo, 2 de octubre de 2011

LAS RECETAS ANTICRISIS DE ROSA DÍEZ.

(De la página: http://www.upyd.es/contenidos/noticias/137/67073-LAS_RECETAS_ANTICRISIS_DE_ROSA_DIEZ)


"Si somos clave para formar gobierno, sólo apoyaremos a quien devuelva las competencias educativas al Estado y cambie la injusta ley electoral", afirmó Díez 29 de Septiembre de 2011

El pasado martes 27 de septiembre, Rosa Díez, dirigente de UPyD y candidata a la presidencia del Gobierno, celebró el primer acto de precampaña en Sevilla donde acompañó al también candidato a la presidencia de la Junta de Andalucía (Martín de la Herrán) y al cabeza de lista por Sevilla para el Congreso de los Diputados (Manuel López Ogayar).

En el acto, Rosa Díez desgranó las recetas que su partido aplicará en caso de que los ciudadanos le den su confianza el próximo 20 de Noviembre.

En primer lugar, destacó la necesidad que tiene España de candidatos tan formados, independientes y de contrastada valía personal como lo son De la Herrán y López Ogayar.

Además, hizo un listado de medidas absolutamente necesarias para abordar con seriedad la salida de la crisis que nos está azotando. “Rajoy sólo aspira a gestionar la crisis –afirmó- pero no va a atacar los problemas desde la raíz”. Según Rosa Díez, PP y PSOE no van a cambiar nada porque sus respectivas formaciones políticas se ven beneficiadas por el statu quo existente. Pero precisamente esta situación es la que nos ha llevado a donde estamos y es lo que UPyD quiere cambiar desde la base. UPyD en la persona de Rosa Díez viene denunciando desde hace cuatro años la necesidad de sanear las Cajas de Ahorros, de mejorar la educación (materia prima fundamental para la prosperidad de un país), entre otras cosas y nunca ha sido apoyada por los parlamentarios. “PP y PSOE están de acuerdo en todo lo fundamental. Pero si antes eran necesarios los cambios que UPyD proponía, ahora lo son más aún, y más urgentes”, dijo.

UPyD propondrá que se agrupen muchos de los ayuntamientos que existen ahora y que tienen muy pocos habitantes. “Tenemos una organización municipal que viene de las Cortes de Cádiz que ya es hora de revisar porque, además, no podemos permitírnoslo”. No se trata de eliminar pueblos, sino de simplificar la Administración de los mismos y ahorrar muchos millones de euros anuales.

Rosa Díez considera que es esencial la recuperación por parte del Estado de las competencias en Educación y Sanidad. “Sólo con la centralización de la compra de vacunas de la gripe, el año pasado se ahorraron 2,2 millones de euros. Imaginen cuánto se ahorraría si se unificara toda la gestión sanitaria”.

Otras medidas que UPyD propondría serían la unificación del mercado (“Es más difícil montar una empresa en España que llevársela a EEUU”), la unificación de la fiscalidad, la racionalización de la gestión de las Comunidades Autónomas, la eliminación de las Diputaciones, o el saneamiento y despolitización de las Cajas de Ahorros. Medidas todas ellas que disminuirían drásticamente el despilfarro y acelerarían la creación de empleo y la salida pronta de la crisis económica.

Concluyó Díez diciendo que “debemos tener derecho a equivocarnos al votar, pero también es cierto que debemos intentar acertar con nuestro voto”. Que no nos tomen por tontos.

Manuel Calvo Jiménez.

UPyD Sevilla. 29 de septiembre de 2011

Rosa Díez en un acto público con Martín de la Herrán y Manuel López Ogayar

miércoles, 21 de septiembre de 2011

EDUCACIÓN ESPAÑOLA. MENTIRAS COMO PUÑOS


Me dispongo a escribir una serie de artículos sobre educación harto como estoy de que sean tan pocas las voces que se alzan para denunciar la situación real de la misma. La educación española está mal, y no sólo ahora con los tan traídos y llevados recortes económicos que sobrevuelan el panorama pre-electoral y de crisis financiera, sino que lleva estando mal bastantes años y por muy diversos motivos.

No voy a ser yo el simplista que achaca todo lo malo a unos y ve todo lo bueno en otros. Unos y otros (y me refiero, obviamente, al PP y al PSOE que son quienes han tenido responsabilidades de gobierno durante los últimos decenios) han ido socavando el sistema educativo español ayudados, como no podía ser de otra forma, por la sociedad en su conjunto, y por los padres y madres en particular. Pero han sido los políticos, por supuesto, quienes han tenido una mayor responsabilidad en que la educación haya ido empeorando año tras año y, lo que es peor, en habérselo ocultado a la ciudadanía en beneficio propio.

Voy a empezar esta serie de artículos por el final, es decir, no por las causas que nos han llevado a donde estamos, sino por la situación actual de recorte presupuestario, indignación de los docentes y declaraciones ofensivas de los responsables políticos.

Titula El País la portada de su separata dominical (11/09/2011) “Golpe a la educación” haciendo referencia al “vendaval de recortes [que] ha irrumpido en la educación, justo cuando los resultados empezaban a mejorar”. Y yo, que soy profesor desde hace quince años, me pregunto: ¿Que los resultados empezaban a mejorar? ¿En qué estudio o en qué sentido hemos podido siquiera vislumbrar que los resultados empezaran a mejorar? En las conclusiones del estudio internacional y archiconocido llamado “PISA” no hemos mejorado. Y ello supone que no hemos adquirido más ni mejores competencias en resolución de problemas matemáticos o físicos, ni en expresión escrita ni, tampoco, en comprensión lectora. Entonces, ¿en qué hemos mejorado?

En las aulas no se nota que los alumnos estudien más, ni que manejen mejor el lenguaje. No vemos los docentes que los padres muestren mayor preocupación por sus hijos de lo que lo hacían años atrás.

Sin embargo, puede que sí que hayamos mejorado en los resultados académicos, puede que hayamos descendido en el número de estudiantes que sufren fracaso escolar y disminuido el absentismo. “¡¿Y le parece a usted poco?!” me dirán los políticos de uno y otro signo. Pues sí, mire usted, me parece poquísimo; es más, me parece más bien nada de nada.

Amigos lectores, ¿cómo puede ser que un estudio serio y contrastado como PISA nos indique que nuestros alumnos saben poco o muy poco comparados, incluso, con alumnos de países tercermundistas que apenas tienen fondos para invertir en educación? ¿Y cómo podemos estar en la cola del mundo en conocimientos y competencias y que, sin embargo, todo vaya mejor? Nuestros alumnos no sufren de fracaso escolar porque suspenden menos asignaturas, porque repiten menos cursos y pasan al siguiente con menos suspensos, porque obtienen títulos de Secundaria (¡y de Bachillerato!)… pero resulta que saben igual de poco que hace unos años. ¿A qué se debe tal contradicción?

La respuesta es sencilla, ahora los profesores aprobamos a más alumnos sabiendo menos, regalamos titulaciones a quienes suspenden varias asignaturas, bajamos los niveles hasta que el alumno puede superarlos sin esfuerzo alguno. Por eso mejoramos en las estadísticas pero no subimos la nota del estudio PISA.

Y, sí, hay menos absentismo. Los alumnos ya no faltan a clase. Claro, las puertas de los Institutos están cerradas con llave, nadie puede salir de ellos sin saltarse las altas tapias y las espinosas vallas que cercan nuestros centros educativos. Además, nadie quiere salir de un lugar donde está todo el día riendo, haciendo payasadas, vagueando, charlando con los amiguetes y donde cada vez se exige menos buen comportamiento, menos responsabilidad y menos estudio.

Es verdad, señores, que recortar las inversiones en educación es un disparate. Cuanto más dinero y más profesores y más apoyos y más ordenadores y más de todo tengamos, mejor. ¡Faltaría más! Y si los profesores trabajásemos más, pues mejor. ¡Cómo no! Pero no nos engañemos, no está ahí el origen del fracaso de nuestra educación.

Cuando los políticos dejen de pensar en las elecciones, dejen de colgarse medallitas insignificantes como la aportación de pizarras digitales u ordenadores portátiles para niños que no saben siquiera leer con fluidez a los catorce años, cuando importe más el grado de conocimiento del alumno que el número estadístico de suspensos por centro, cuando los padres exijan a sus hijos que hablen con respeto a los profesores y cuando ellos mismos (los padres y madres) muestren interés por el grado de aprendizaje de sus vástagos y colaboren con los centros para mejorar la calidad educativa, sólo cuando cosas como esas pasen, y sólo entonces, podrán exigirse del profesorado más implicación.

Por ahora, si todo aún sigue funcionando, aunque sea a un ritmo bajo y sumamente mejorable, es gracias al esfuerzo de los profesores, gracias a que, pese a que lo tenemos todo en contra (sociedad, familias y políticos) seguimos infatigablemente fieles a nuestra vocación de enseñar. Y escribiendo esto espero contribuir un poco más a que desaparezcan esos recortes que tanto daño nos están haciendo desde hace ya décadas. (Continuará)

lunes, 19 de septiembre de 2011

YO ACUSO (Un análisis crítico de la situación económica actual)







YO ACUSO
(Un análisis crítico de la situación económica y política actual)

(by Manuel Calvo Jiménez)




Soy consciente de que el título que he elegido para este artículo ha sido ya usado por dos grandes figuras del pensamiento (Émile Zola y Pablo Neruda) para otros tantos artículos en momentos muy críticos de su historia. El primero de ellos para desenmascarar un error judicial auspiciado por el Estado Francés con respecto al conocido caso Dreyfus; el segundo, Neruda, para denunciar la falta de libertades democráticas en Chile en 1948. Pues bien, estando yo muy lejos de la talla intelectual de aquellos hombres, la situación política y económica en la que nos encontramos es tanto o más acuciante como la que ellos denunciaban.
En el caso Dreyfus, el capitán Alfred Dreyfus es acusado y condenado injustamente a cadena perpetua por un crimen de alta traición a Francia del cual era inocente. La injusticia contra un hombre indefenso, ejemplo del mal funcionamiento del sistema judicial o de la desidia de sus responsables, fue motivo suficiente para que Zola arremetiera contra el presidente de la República Francesa en una carta publicada en la prensa en 1898 titulada “J’acuse”. Neruda, por su parte, se hace eco de la ausencia de libertades y la censura institucional de que estaba siendo objeto el Estado Chileno y pronunció un discurso homónimo en el hemiciclo del Senado. Hoy, ante la inminente quiebra del estado del bienestar, cuando las democracias son más frágiles que nunca y están dirigidas por poderes económicos apátridas, cuando la incertidumbre acorrala a millones de familias en Europa, no es menos necesario escribir un “yo acuso” particular.


Yo acuso. Acuso a quienes han permitido que nuestras democracias se debiliten y sean cada vez más formales y menos reales. Acuso a quienes se han vendido al mejor postor y han actuado pensando en el bien propio exclusivamente olvidándose del interés común. Acuso a quienes han puesto la mano mirando hacia otra parte sin querer saber de dónde salían aquellas riquezas. Acuso a pusilánimes incapaces de levantar la voz frente las injusticias que estaban ante sus ojos. Acuso a los quijotescos idealistas que han apostado todo a sueños vanos y han dilapidado nuestras realidades. Y también acuso a los que se han aprovechado de esos soñadores para sacar tajada. Acuso a quienes han usado el dinero de los demás, dilapidando las fortunas ajenas y viviendo vidas que no eran suyas.


No me malinterpreten; esta no es una carta contra los políticos, o no solamente. Tampoco trato de arremeter contra los especuladores, banqueros y grandes empresarios; o no solamente contra ellos. Yo os acuso a todos vosotros que habéis caído en la tentación de tomar dinero que no era vuestro, abusando del Estado, esto es, de los ciudadanos decentes. Yo acuso a todos los que no han sabido o no han querido contribuir a la preservación y la mejora de nuestro estado del bienestar y nuestra democracia aún joven. Yo acuso a quienes pensaban que eran más listos que los demás y han hecho que todo ahora se tambalee también bajo sus pies.


Es cierto que quien tiene más responsabilidad en un hecho, tiene más culpa. Pero no es menos cierto que los que tienen menos responsabilidad también comparten proporcionalmente la culpa de lo sucedido. Hemos creado entre todos un sistema que no se sostiene y, por ello, todos compartimos nuestra parte de responsabilidad en lo que está sucediendo. La crisis económica nos ahoga, el paro crece cada día, las bolsas se hunden y Europa (y Estados Unidos) están al borde del precipicio como el propio ex presidente Felipe González decía en declaraciones recientes.


Es cierto que las grandes fortunas del mundo, banqueros, inversores y entidades difusas que nadie sabe quiénes son están provocando gran parte del terremoto que nos azota. Apátridas, sin una ubicación concreta, como si fuesen entes telúricos materializados en las redes de la información de internet, esas entidades súper poderosas manejan los hilos de las economías de los países. Si nos prestan dinero, podemos vivir; si no nos lo prestan, no podemos. La democracia que creemos tener, la soberanía de nuestro Estado o de Europa, es papel mojado sin los fondos que nos permitan comer, mantener nuestro sistema educativo o curarnos en nuestros hospitales. Sin su dinero no somos nada. A ellos acuso, pues, en primer lugar y con la máxima energía. Algún día se darán cuenta de que un egoísmo personal tan acentuado les dejará a ellos solos en el mundo, y tendrán que comprarse a sí mismos sus propios productos prestándose dinero también a sí mismos, pues serán los únicos que cumplan con los requisitos de confianza ultra exigentes que nos piden a los demás. Caerán en una esquizofrenia económica que no llegaremos a ver porque antes nos habrán liquidado.


Pero ellos, los especuladores, no serían nada si los políticos de nuestros países no hubiesen ideado unos sistemas basados en la deuda, en pedir prestado para vivir por encima de nuestras posibilidades. Ellos han hipotecado nuestras democracias, han alquilado nuestras soberanías nacionales, han puesto la mano sin preocuparse de a qué precio se la estaban jugando. Escudados en el parapeto del estado del bienestar, haciendo ver al pueblo confiado que era por su bien, han gastado sumas ingentes de dinero que no era nuestro en proveernos de lujos que, aunque fabulosos, no nos podíamos permitir. Educación universal, sanidad pública y gratuita, razonables subsidios de desempleo y pensiones dignas, son necesarias e imprescindibles en un sistema que quiera ser equitativo y justo. Pero ordenadores portátiles a cada estudiante, reparto de becas y ayudas sin pedir requisitos o méritos, cirugías de dudosa necesidad, autovías de cinco carriles, alta velocidad por todo el territorio nacional, aeropuertos sin líneas aéreas, universidades vacías en provincias semi-deshabitadas… son lujos que no podíamos permitirnos y que ahora ya no podemos pagar. Acuso, pues, a los políticos de todo signo por habernos metido en la boca del lobo para contentar al pueblo ganándose su voto y pudiendo así continuar en los sillones del poder indefinidamente.


Pero no nos engañemos. A la base de todo estamos nosotros, los ciudadanos, los que, al menos todavía, tenemos la última palabra. Yo también nos acuso. Nos acuso porque hemos querido subirnos al tren de un lujo que creíamos inagotable. Veíamos cómo se hacían las cosas mal pero no nos interesaba ponerle freno mientras nosotros también sacábamos tajada. No sólo desde las altas esferas se ha defraudado a los Estados o se ha presionado a las economías. Nosotros, los ciudadanos de a pie, también hemos contribuido a la debacle cuando no hemos pedido factura para no pagar IVA, cuando hemos trabajado en negro mientras cobrábamos el paro, cuando pedíamos becas que no necesitábamos, cuando usábamos recetas “rojas” (las de los pensionistas) para comprar medicamentos gratis para toda la familia, cuando hemos rechazado trabajos porque estaban lejos de casa, cuando hemos pedido créditos para especular también nosotros con viviendas que parecían que nunca iban a bajar de precio,… mientras algunos “nominados” pagaban impuestos por todos los demás sintiéndose imbéciles. Durante muchos años una parte de la sociedad se jactaba de no pagar, de no contribuir, y miraba con una media sonrisa compasiva al pobre desgraciado que cumplía religiosamente con su obligación contributiva. A todos aquellos también los acuso. Sí, amigo, yo también me acuso, y te acuso.


Sin embargo, no escribiría estas líneas si creyera que todo está perdido. Aún estamos a tiempo. Si los políticos reflexionaran, si dejaran de pensar en los votos y actuaran pensando en el bien común; si el pueblo dejara de votar a quien más le va a dar o a quien menos le va a cobrar y empezara a pensar en el bien de la sociedad (que no es otro que el bien de sus propios hijos); si empezásemos a ser respetuosos con médicos y profesores y les exigiésemos a nuestros hijos que estudiasen de verdad;… si entre todos pusiésemos nuestro granito de arena, sólo entonces, quizá, pudiésemos construir un puente sobre el precipicio que, según González, nos amenaza. Ojalá no sea tarde.

Sevilla, 15 de septiembre de 2011