miércoles, 21 de septiembre de 2011

EDUCACIÓN ESPAÑOLA. MENTIRAS COMO PUÑOS


Me dispongo a escribir una serie de artículos sobre educación harto como estoy de que sean tan pocas las voces que se alzan para denunciar la situación real de la misma. La educación española está mal, y no sólo ahora con los tan traídos y llevados recortes económicos que sobrevuelan el panorama pre-electoral y de crisis financiera, sino que lleva estando mal bastantes años y por muy diversos motivos.

No voy a ser yo el simplista que achaca todo lo malo a unos y ve todo lo bueno en otros. Unos y otros (y me refiero, obviamente, al PP y al PSOE que son quienes han tenido responsabilidades de gobierno durante los últimos decenios) han ido socavando el sistema educativo español ayudados, como no podía ser de otra forma, por la sociedad en su conjunto, y por los padres y madres en particular. Pero han sido los políticos, por supuesto, quienes han tenido una mayor responsabilidad en que la educación haya ido empeorando año tras año y, lo que es peor, en habérselo ocultado a la ciudadanía en beneficio propio.

Voy a empezar esta serie de artículos por el final, es decir, no por las causas que nos han llevado a donde estamos, sino por la situación actual de recorte presupuestario, indignación de los docentes y declaraciones ofensivas de los responsables políticos.

Titula El País la portada de su separata dominical (11/09/2011) “Golpe a la educación” haciendo referencia al “vendaval de recortes [que] ha irrumpido en la educación, justo cuando los resultados empezaban a mejorar”. Y yo, que soy profesor desde hace quince años, me pregunto: ¿Que los resultados empezaban a mejorar? ¿En qué estudio o en qué sentido hemos podido siquiera vislumbrar que los resultados empezaran a mejorar? En las conclusiones del estudio internacional y archiconocido llamado “PISA” no hemos mejorado. Y ello supone que no hemos adquirido más ni mejores competencias en resolución de problemas matemáticos o físicos, ni en expresión escrita ni, tampoco, en comprensión lectora. Entonces, ¿en qué hemos mejorado?

En las aulas no se nota que los alumnos estudien más, ni que manejen mejor el lenguaje. No vemos los docentes que los padres muestren mayor preocupación por sus hijos de lo que lo hacían años atrás.

Sin embargo, puede que sí que hayamos mejorado en los resultados académicos, puede que hayamos descendido en el número de estudiantes que sufren fracaso escolar y disminuido el absentismo. “¡¿Y le parece a usted poco?!” me dirán los políticos de uno y otro signo. Pues sí, mire usted, me parece poquísimo; es más, me parece más bien nada de nada.

Amigos lectores, ¿cómo puede ser que un estudio serio y contrastado como PISA nos indique que nuestros alumnos saben poco o muy poco comparados, incluso, con alumnos de países tercermundistas que apenas tienen fondos para invertir en educación? ¿Y cómo podemos estar en la cola del mundo en conocimientos y competencias y que, sin embargo, todo vaya mejor? Nuestros alumnos no sufren de fracaso escolar porque suspenden menos asignaturas, porque repiten menos cursos y pasan al siguiente con menos suspensos, porque obtienen títulos de Secundaria (¡y de Bachillerato!)… pero resulta que saben igual de poco que hace unos años. ¿A qué se debe tal contradicción?

La respuesta es sencilla, ahora los profesores aprobamos a más alumnos sabiendo menos, regalamos titulaciones a quienes suspenden varias asignaturas, bajamos los niveles hasta que el alumno puede superarlos sin esfuerzo alguno. Por eso mejoramos en las estadísticas pero no subimos la nota del estudio PISA.

Y, sí, hay menos absentismo. Los alumnos ya no faltan a clase. Claro, las puertas de los Institutos están cerradas con llave, nadie puede salir de ellos sin saltarse las altas tapias y las espinosas vallas que cercan nuestros centros educativos. Además, nadie quiere salir de un lugar donde está todo el día riendo, haciendo payasadas, vagueando, charlando con los amiguetes y donde cada vez se exige menos buen comportamiento, menos responsabilidad y menos estudio.

Es verdad, señores, que recortar las inversiones en educación es un disparate. Cuanto más dinero y más profesores y más apoyos y más ordenadores y más de todo tengamos, mejor. ¡Faltaría más! Y si los profesores trabajásemos más, pues mejor. ¡Cómo no! Pero no nos engañemos, no está ahí el origen del fracaso de nuestra educación.

Cuando los políticos dejen de pensar en las elecciones, dejen de colgarse medallitas insignificantes como la aportación de pizarras digitales u ordenadores portátiles para niños que no saben siquiera leer con fluidez a los catorce años, cuando importe más el grado de conocimiento del alumno que el número estadístico de suspensos por centro, cuando los padres exijan a sus hijos que hablen con respeto a los profesores y cuando ellos mismos (los padres y madres) muestren interés por el grado de aprendizaje de sus vástagos y colaboren con los centros para mejorar la calidad educativa, sólo cuando cosas como esas pasen, y sólo entonces, podrán exigirse del profesorado más implicación.

Por ahora, si todo aún sigue funcionando, aunque sea a un ritmo bajo y sumamente mejorable, es gracias al esfuerzo de los profesores, gracias a que, pese a que lo tenemos todo en contra (sociedad, familias y políticos) seguimos infatigablemente fieles a nuestra vocación de enseñar. Y escribiendo esto espero contribuir un poco más a que desaparezcan esos recortes que tanto daño nos están haciendo desde hace ya décadas. (Continuará)

lunes, 19 de septiembre de 2011

YO ACUSO (Un análisis crítico de la situación económica actual)







YO ACUSO
(Un análisis crítico de la situación económica y política actual)

(by Manuel Calvo Jiménez)




Soy consciente de que el título que he elegido para este artículo ha sido ya usado por dos grandes figuras del pensamiento (Émile Zola y Pablo Neruda) para otros tantos artículos en momentos muy críticos de su historia. El primero de ellos para desenmascarar un error judicial auspiciado por el Estado Francés con respecto al conocido caso Dreyfus; el segundo, Neruda, para denunciar la falta de libertades democráticas en Chile en 1948. Pues bien, estando yo muy lejos de la talla intelectual de aquellos hombres, la situación política y económica en la que nos encontramos es tanto o más acuciante como la que ellos denunciaban.
En el caso Dreyfus, el capitán Alfred Dreyfus es acusado y condenado injustamente a cadena perpetua por un crimen de alta traición a Francia del cual era inocente. La injusticia contra un hombre indefenso, ejemplo del mal funcionamiento del sistema judicial o de la desidia de sus responsables, fue motivo suficiente para que Zola arremetiera contra el presidente de la República Francesa en una carta publicada en la prensa en 1898 titulada “J’acuse”. Neruda, por su parte, se hace eco de la ausencia de libertades y la censura institucional de que estaba siendo objeto el Estado Chileno y pronunció un discurso homónimo en el hemiciclo del Senado. Hoy, ante la inminente quiebra del estado del bienestar, cuando las democracias son más frágiles que nunca y están dirigidas por poderes económicos apátridas, cuando la incertidumbre acorrala a millones de familias en Europa, no es menos necesario escribir un “yo acuso” particular.


Yo acuso. Acuso a quienes han permitido que nuestras democracias se debiliten y sean cada vez más formales y menos reales. Acuso a quienes se han vendido al mejor postor y han actuado pensando en el bien propio exclusivamente olvidándose del interés común. Acuso a quienes han puesto la mano mirando hacia otra parte sin querer saber de dónde salían aquellas riquezas. Acuso a pusilánimes incapaces de levantar la voz frente las injusticias que estaban ante sus ojos. Acuso a los quijotescos idealistas que han apostado todo a sueños vanos y han dilapidado nuestras realidades. Y también acuso a los que se han aprovechado de esos soñadores para sacar tajada. Acuso a quienes han usado el dinero de los demás, dilapidando las fortunas ajenas y viviendo vidas que no eran suyas.


No me malinterpreten; esta no es una carta contra los políticos, o no solamente. Tampoco trato de arremeter contra los especuladores, banqueros y grandes empresarios; o no solamente contra ellos. Yo os acuso a todos vosotros que habéis caído en la tentación de tomar dinero que no era vuestro, abusando del Estado, esto es, de los ciudadanos decentes. Yo acuso a todos los que no han sabido o no han querido contribuir a la preservación y la mejora de nuestro estado del bienestar y nuestra democracia aún joven. Yo acuso a quienes pensaban que eran más listos que los demás y han hecho que todo ahora se tambalee también bajo sus pies.


Es cierto que quien tiene más responsabilidad en un hecho, tiene más culpa. Pero no es menos cierto que los que tienen menos responsabilidad también comparten proporcionalmente la culpa de lo sucedido. Hemos creado entre todos un sistema que no se sostiene y, por ello, todos compartimos nuestra parte de responsabilidad en lo que está sucediendo. La crisis económica nos ahoga, el paro crece cada día, las bolsas se hunden y Europa (y Estados Unidos) están al borde del precipicio como el propio ex presidente Felipe González decía en declaraciones recientes.


Es cierto que las grandes fortunas del mundo, banqueros, inversores y entidades difusas que nadie sabe quiénes son están provocando gran parte del terremoto que nos azota. Apátridas, sin una ubicación concreta, como si fuesen entes telúricos materializados en las redes de la información de internet, esas entidades súper poderosas manejan los hilos de las economías de los países. Si nos prestan dinero, podemos vivir; si no nos lo prestan, no podemos. La democracia que creemos tener, la soberanía de nuestro Estado o de Europa, es papel mojado sin los fondos que nos permitan comer, mantener nuestro sistema educativo o curarnos en nuestros hospitales. Sin su dinero no somos nada. A ellos acuso, pues, en primer lugar y con la máxima energía. Algún día se darán cuenta de que un egoísmo personal tan acentuado les dejará a ellos solos en el mundo, y tendrán que comprarse a sí mismos sus propios productos prestándose dinero también a sí mismos, pues serán los únicos que cumplan con los requisitos de confianza ultra exigentes que nos piden a los demás. Caerán en una esquizofrenia económica que no llegaremos a ver porque antes nos habrán liquidado.


Pero ellos, los especuladores, no serían nada si los políticos de nuestros países no hubiesen ideado unos sistemas basados en la deuda, en pedir prestado para vivir por encima de nuestras posibilidades. Ellos han hipotecado nuestras democracias, han alquilado nuestras soberanías nacionales, han puesto la mano sin preocuparse de a qué precio se la estaban jugando. Escudados en el parapeto del estado del bienestar, haciendo ver al pueblo confiado que era por su bien, han gastado sumas ingentes de dinero que no era nuestro en proveernos de lujos que, aunque fabulosos, no nos podíamos permitir. Educación universal, sanidad pública y gratuita, razonables subsidios de desempleo y pensiones dignas, son necesarias e imprescindibles en un sistema que quiera ser equitativo y justo. Pero ordenadores portátiles a cada estudiante, reparto de becas y ayudas sin pedir requisitos o méritos, cirugías de dudosa necesidad, autovías de cinco carriles, alta velocidad por todo el territorio nacional, aeropuertos sin líneas aéreas, universidades vacías en provincias semi-deshabitadas… son lujos que no podíamos permitirnos y que ahora ya no podemos pagar. Acuso, pues, a los políticos de todo signo por habernos metido en la boca del lobo para contentar al pueblo ganándose su voto y pudiendo así continuar en los sillones del poder indefinidamente.


Pero no nos engañemos. A la base de todo estamos nosotros, los ciudadanos, los que, al menos todavía, tenemos la última palabra. Yo también nos acuso. Nos acuso porque hemos querido subirnos al tren de un lujo que creíamos inagotable. Veíamos cómo se hacían las cosas mal pero no nos interesaba ponerle freno mientras nosotros también sacábamos tajada. No sólo desde las altas esferas se ha defraudado a los Estados o se ha presionado a las economías. Nosotros, los ciudadanos de a pie, también hemos contribuido a la debacle cuando no hemos pedido factura para no pagar IVA, cuando hemos trabajado en negro mientras cobrábamos el paro, cuando pedíamos becas que no necesitábamos, cuando usábamos recetas “rojas” (las de los pensionistas) para comprar medicamentos gratis para toda la familia, cuando hemos rechazado trabajos porque estaban lejos de casa, cuando hemos pedido créditos para especular también nosotros con viviendas que parecían que nunca iban a bajar de precio,… mientras algunos “nominados” pagaban impuestos por todos los demás sintiéndose imbéciles. Durante muchos años una parte de la sociedad se jactaba de no pagar, de no contribuir, y miraba con una media sonrisa compasiva al pobre desgraciado que cumplía religiosamente con su obligación contributiva. A todos aquellos también los acuso. Sí, amigo, yo también me acuso, y te acuso.


Sin embargo, no escribiría estas líneas si creyera que todo está perdido. Aún estamos a tiempo. Si los políticos reflexionaran, si dejaran de pensar en los votos y actuaran pensando en el bien común; si el pueblo dejara de votar a quien más le va a dar o a quien menos le va a cobrar y empezara a pensar en el bien de la sociedad (que no es otro que el bien de sus propios hijos); si empezásemos a ser respetuosos con médicos y profesores y les exigiésemos a nuestros hijos que estudiasen de verdad;… si entre todos pusiésemos nuestro granito de arena, sólo entonces, quizá, pudiésemos construir un puente sobre el precipicio que, según González, nos amenaza. Ojalá no sea tarde.

Sevilla, 15 de septiembre de 2011