Estimados amigos,
os copio un artículo que escribí a finales del año pasado y que ahora creo que viene muy a cuento de la actualidad política española. A ver qué os parece.
¿POR QUÉ LA
MONARQUÍA?
Los filósofos trabajamos con ideas, lo cual no tiene por qué
implicar que seamos siempre idealistas o utópicos. La filosofía política se
distingue muchas veces de la política misma en la medida en que plantea cómo
deberían ser las sociedades, las leyes o la misma justicia desde una
perspectiva puramente racional marcando ideales y marcos conceptuales a los que
deberíamos tender. Sin embargo, no siempre fue así. Este año del quinto
centenario de la publicación de la obra de Maquiavelo, El Príncipe, tenemos una buena muestra de que la filosofía política
muchas veces debe plantearse los problemas políticos con una dosis menor de
idealismo y una mayor de realismo y pragmatismo. Desde esta perspectiva
pragmática y realista escribo en esta ocasión este artículo sobre la monarquía
parlamentaria como el sistema político que debemos defender en la España de hoy
día. Y estas son las razones que les ofrezco para la reflexión:
1. Los filósofos muchas veces pecamos de considerar el mundo
desde una perspectiva puramente racional con lo que un amplio sector de la
realidad se nos pasa desapercibido en nuestros análisis. Los seres humanos
tenemos la capacidad (que precisamente nos hace humanos) de actuar siguiendo
los dictados de nuestra razón. Pero no es menos cierto que tenemos una enorme
cantidad de sentimientos e impulsos que no proceden de nuestra racionalidad que
también nos constituyen. Los últimos estudios en psicología y neurología nos
advierten de que la mayoría de las decisiones conscientes que tomamos han sido
previamente decididas en zonas inconscientes de nuestros cerebros. Por tanto, a
la hora de elegir pareja, de ser seguidores de un equipo de fútbol o de
comprarnos un coche (eso lo saben muy bien los publicistas) no tomamos
decisiones racionales, sino que racionalizamos a posteriori lo que nuestro
inconsciente nos había dictado con anterioridad. Por otra parte, nos gustaría
que todos los seres humanos fuesen racionales, así no tendría que haber
policía, ni vigilantes en las tiendas, ni profesores vigilando exámenes, ni
jueces, ni cárceles. Pero desgraciadamente no somos así. Somos fans de los
colores de nuestro equipo, y devotos de esta o aquella religión, y decididos
bebedores de esta y no de aquella marca de refrescos… y todo ello lo decidimos
usando poco, si no nada, nuestra razón.
Pues bien, en el ámbito político también actuamos así.
Quizá, si todos fuésemos puramente racionales, una república en la que
pudiésemos elegir a nuestro jefe del Estado sería el modelo perfecto. Pero no
somos así. Los símbolos (como la bandera, el himno nacional o la propia figura
del monarca) nos imponen un respeto de índole no racional que hace que nos
aglutinemos alrededor de ellos y actuemos como un único pueblo, otorgándoles a
dichos símbolos cierto poder moral que nos sirve de guía en nuestros actos.
Esta es mi primera razón para considerar que debemos conservar nuestra
monarquía parlamentaria como símbolo que da estabilidad a la nación.
2. Los detractores de la monarquía suelen serlo porque
consideran que dicha institución es heredera de un pasado autoritario y
anti-democrático. Sin embargo, esta apreciación es fruto de un análisis muy
superficial de dicha institución. Nadie hoy día, ni aun los más monárquicos, es
partidario de la monarquía absoluta la cual, en todas sus formas, es
inaceptable desde un punto de vista democrático. Pero la monarquía
parlamentaria es algo muy distinto, compatible plenamente con la democracia. La
monarquía parlamentaria no es un poder político, sino que los poderes políticos
(ejecutivo, legislativo y judicial) son, o deberían ser, independientes.
Además, en un estado de derecho como es el Estado español, la ley suprema es la
Constitución y nadie debe estar situado por encima de la misma (ni aún la
institución monárquica). Por otra parte, democrático no es simplemente aquello
que votamos pues, de ser así, sólo sería democrática la elección del Parlamento
y el Senado ya que en nada más participamos los ciudadanos directamente. La
monarquía parlamentaria está sometida a la democracia pues depende de la máxima
ley, la Constitución, que puede ser modificada por el Parlamento y este, a su
vez, depende del pueblo. Si el Parlamento decidiese modificar la Constitución y
cambiar aspectos que afecten a la Corona, estos aspectos se modificarían con independencia de la voluntad del monarca.
Por tanto, debe apoyarse la monarquía parlamentaria en tanto que institución
democrática.
3. En las repúblicas un ciudadano es elegido por el pueblo
para ser jefe del Estado por un período determinado. Esto es democrático y
transparente, por supuesto. Y es, con seguridad, la opción más racional y la
mejor. Pero, como dice el dicho popular, lo mejor es enemigo de lo bueno.
Tenemos la desgracia de ver todos los días en los medios cómo nuestros
dirigentes políticos de todos los signos son acusados de prevaricación,
malversación de fondos, tráfico de influencias o cosas peores. Vemos también
cómo ninguno de nuestros presidentes de gobierno sabía (ni sabe), por ejemplo,
idiomas. La realidad no nos ofrece esperanzas ni, mucho menos, garantías de que
un futuro presidente de la república fuese a ser mejor que los que ahora nos
dirigen.
Por ello considero que, siendo cierto que la Corona debería
mejorar en transparencia, una persona (como sería el Príncipe Felipe, por
ejemplo) educada desde su más tierna infancia en diplomacia, leyes e idiomas y
al que se le han inculcado los valores de la lealtad, la honestidad y el
respeto por la democracia es en estos momentos históricos de nuestro país la
mejor opción para representarnos en el exterior y en el interior (por aquello
del respeto a los símbolos que dijimos antes).
4. Pese a todo lo dicho anteriormente, quizá tengamos que
plantearnos que la monarquía que necesitamos no es exactamente la que tenemos.
Don Juan Carlos ha hecho muchas y muy buenas cosas por nuestro país, es cierto,
pero los últimos acontecimientos que nos han escandalizado en los telediarios
nos hacen pensar que la institución, si queremos (y creemos que sería lo mejor)
que se mantenga como base de la estructura de nuestro Estado, debería ser
modificada en algunos aspectos fundamentales. Por ejemplo, el Rey debería ser
responsable de sus actos y no irresponsable como hasta ahora; bajo ningún
aspecto la Corona podría estar por encima de la Constitución; la transparencia
de los actos y las cuentas de la Casa Real debería ser máxima; debería poderse
abdicar o incluso, mediante vía parlamentaria, destituir a un monarca que
incumpla gravemente sus obligaciones.
Si se hicieran modificaciones como estas, la institución
monárquica ganaría en democracia y se adaptaría, sin dejar de existir, a los
tiempos actuales. Lo cual, claro es, no podría hacerse sin modificar, a su vez,
la Constitución. Pero no está España para experimentos. La crisis económica que
nos ahoga es tan seria que lo último en que deberíamos pensar es en cambiar el
sistema político de nuestro país. Necesitamos la monarquía, sí, pero
necesitamos que sea más democrática y transparente.