1.
ABANDONAR LA OPINIÓN (DOXA) PARA ALCANZAR EL CONOCIMIENTO (EPISTEME)
A
un filósofo no le interesa la opinión de nadie. Eso de que “cada uno tiene su
opinión” es cierto, pero a un filósofo no le interesan las opiniones de los
demás… ¡ni la suya propia tampoco! No os asustéis. No es que los filósofos no
quieran escuchar lo que piensan los demás, sino que lo que no quieren es
aceptar sin más meras opiniones en el sentido griego de DOXA.
Es
que debemos diferenciar lo que son meras opiniones (doxa) de lo que son conocimientos fundados (EPISTEME).
Las opiniones son
pensamientos e ideas que tenemos sin haberlas fundamentado científica ni
racionalmente, sino que las hemos aceptado de forma irreflexiva. Son las creencias que nuestra sociedad nos ha inculcado, lo que oímos
en la televisión, lo que nos cuentan los amigos o incluso los padres, pero que
nunca nos hemos parado a reflexionar ni a demostrar racionalmente. Por eso hay
casi tantas opiniones sobre los más diversos temas como personas o culturas
existen. Cada cual puede tener su opinión sobre el aborto, sobre la guerra,
sobre cómo habría que acabar con la crisis económica o sobre qué jugador debe
ser elegido para la selección nacional de fútbol. Pero las opiniones no tienen
validez filosófica ninguna precisamente porque no han sido justificadas y
fundamentadas racionalmente.
Por
otra parte, los seres humanos también
tienen conocimientos, que son ideas y pensamientos también, pero que han sido
demostrados con experimentos, con deducciones lógicas o con pruebas de cierta
índole científica.
Por
ejemplo, cuando un enfermo siente dolor de pecho, puede que su pareja o sus
amigos le digan que probablemente tendrá un infarto. Eso no serían más que
opiniones porque esas personas no pueden justificar por qué creen ellos tal
cosa. Sin embargo, si ese enfermo va al médico y este, tras hacerle unas
pruebas, cree que el enfermo ha sufrido un infarto, aunque coincida con sus
familiares, lo que él ha hecho no es dar su “opinión”, sino establecer una
verdad científica. El médico tiene conocimientos de medicina, los que no son
médicos sólo tienen opiniones sobre medicina. Y así sucede con todas las ramas
del saber humano.
La filosofía, por tanto,
aspira a alcanzar conocimientos y no tiene el más mínimo interés en las
opiniones. Por eso lo que intenta un filósofo es
abandonar todas las opiniones, ¡incluso las opiniones propias!, para
sustituirlas por conocimientos.
2.
ABRIRSE A LA ALTERIDAD PARA
EMPEZAR A DUDAR
Pero para dudar incluso de las opiniones propias, cuando
uno de verdad cree tener razón en lo que opina, es necesario contrastar,
cotejar dichas opiniones con las opiniones de los demás.
En latín “alter”
significa “otro”, de ahí que “alteridad” signifique “lo otro”, “lo ajeno a mí”.
El verdadero filósofo debería abrirse a los demás, a los otros, a las opiniones
ajenas para comprobar que lo que él creía que era una verdad absoluta (sus
propias opiniones) no es más que una forma –entre otras muchas que existen– de ver el mundo.
El que nunca se abre a otras formas de ver el mundo, el
que nunca sale de su propio entorno, de su propia ciudad, de su propia
religión, de su propia opinión política, etc. es lo que se denomina un
“cateto”, un “paleto”. Lo contrario de “cateto” es una “persona de mundo”, una
persona que conoce mil y una formas de vivir, de pensar, de rezar. Las personas
así, las que han visto mundo, suelen ser más comprensivas con los demás, más
tolerantes, más abiertas.
El filósofo debe, pues, abrirse a los demás para así darse
cuenta de que sus opiniones no son la verdad absoluta y, así, abandonar dichas
opiniones y adentrarse en la aventura de encontrar conocimientos verdaderos que
las sustituyan.
3.
EVITAR EL RELATIVISMO Y EL
DOGMATISMO BUSCANDO LA VERDAD
Cuando
uno busca la verdad puede caer en dos posiciones extremas: el relativismo y el dogmatismo. Son posturas contrarias entre sí, pero ambas deben ser
evitadas en lo posible.
El relativismo considera que nunca podrá alcanzarse un verdadero conocimiento, un
conocimiento en el que los seres humanos estén de acuerdo, un conocimiento
objetivo. Como cada cual tiene su punto de vista, como la realidad está
constantemente cambiando, es imposible alcanzar ninguna verdad absoluta. Por
tanto, todo es relativo, y la opinión de las personas son tan verdaderas como
los conocimientos de los sabios.
Lo
contrario es el dogmatismo, la
postura que defiende que la única verdad es la que yo poseo y que los demás
están equivocados. Cuando uno no escucha las opiniones de los demás porque cree
que la suya es la única válida y lo hace de forma irracional y acrítica,
entonces se dice que esa persona es dogmática.
Pues
bien, ambos extremos son enemigos de la filosofía. Si fuésemos relativistas
radicales nunca intentaríamos alcanzar ningún conocimiento pues pensaríamos que
es imposible. Si fuésemos tan dogmáticos que creyésemos tener ya la verdad
absoluta en nuestro poder, tampoco intentaríamos dudar de ella para ver si
estamos o no equivocados. Ambas posturas, relativismo y dogmatismo, son
enemigas del pensamiento filosófico.
El
filósofo debe ser consciente de que los demás pueden tener parte de verdad en
sus opiniones aunque estas estén en contra de las nuestras, aceptando que no
poseemos una verdad absoluta, pero también debe ser crítico con aquellas
opiniones que no estén fundamentadas. Debemos buscar la verdad sabiendo que,
aunque creamos haberla encontrado alguna vez, siempre puede ser revisada y
criticada por los demás y, por ello, corregida y perfeccionada con el tiempo.
4.
RECONOCER UN DISCURSO RACIONAL
Antes hemos dicho que el filósofo debe abandonar las
opiniones para sustituirlas por conocimientos racionales, científicos. ¿Pero
cómo sabemos cuándo un discurso es racional y cuándo no lo es? Es fundamental
para un filósofo saber diferenciar lo racional de lo irracional.
Podemos simplificar la respuesta diciendo que un discurso
es racional cuando cumple los principios de la razón. ¿Y cuáles son estos? La
ciencia que estudia la forma correcta de razonar es la LÓGICA (que estudiaremos
en el bloque II) y esta tiene muchas reglas y principios. Pero todos ellos
pueden reducirse a unos principios básicos del razonamiento:
·
El principio de Identidad: Ej. “Una cosa es la
que es”
·
El principio de No Contradicción: Ej. “Una
cosa no puede, al mismo tiempo y respecto al mismo tema, ser y no ser”
·
El principio de Tercio Excluso o Tercero Excluido: Ej. “Por la mañana, cuando te levantas, o llueve o no llueve”
·
El principio de Causalidad: Ej. “Cuando te
pinchan, te duele”
El discurso que no respete alguno de estos principios
puede decirse sin temor a dudas que es un discurso irracional.
Ya veremos más adelante cuántas formas hay de equivocarse
y de pensar irracionalmente creyendo, sin embargo, que estamos razonando bien.
Son las llamadas falacias del pensamiento. Un filósofo debe evitar las falacias
siempre.
5.
EVITAR LOS SOBRENTENDIDOS
El
lenguaje es parecido a un iceberg, constituido por una parte visible (las
frases que pronunciamos para entrar en comunicación con los otros) y de una
inmensa parte sumergida bajo lo que se dice y que es invisible (todo lo
implícito, los sobrentendidos y otros presupuestos escondidos en nuestros
discursos). Pues bien, esa parte invisible, aunque no aparece claramente, está
cargada de sentido e influye mucho en el significado de lo que queremos decir.
Nuestras
afirmaciones están cargadas de ideas que no explicitamos pero sobre las que
basamos nuestra argumentación, de prejuicios que hemos heredado de nuestra
educación, de nuestras familias y de nuestras sociedades. Decimos cosas cuyo
significado va más allá de lo que parece a primera vista.
El
filósofo debe ser capaz de reconocer, no sólo lo que las palabras significan en
esa primera vista, sino de lo que implican, de los sentidos que conllevan y que
muchas veces quedan ocultos a los ojos de los demás. Debemos aprender a captar
en profundidad lo que un discurso quiere comunicar.
6.
RECHAZAR LAS EXPRESIONES SIN
SENTIDO
Aunque la parte sumergida y oculta del lenguaje sea
grande, no por ello debemos descuidar la parte visible del mismo. El filósofo
debe tomarse el lenguaje en su totalidad en serio.
Muchas veces hay discursos que tienen apariencia de
filosóficos o de científicos porque usan un lenguaje propio de la filosofía o
de la ciencia. Sin embargo, cuando se analizan dichos discursos nos percatamos
de que no tienen un sentido coherente, sino que son el resultado de mezclar
aleatoriamente conceptos e ideas de forma irreflexiva o sin sentido. Es como
encadenar frases de otros autores, ideas filosóficas y expresiones varias sin
saber con claridad qué se está diciendo, o qué significan tales afirmaciones.
Es, pues, tarea del filósofo distinguir qué es un discurso
verdaderamente filosófico y qué es mera palabrería vana y sin sentido.
Al mismo tiempo, no debemos dejarnos impresionar por
aquellos que usan un lenguaje muy altisonante porque a veces, bajo la
apariencia de tanta elocuencia, no hay ningún pensamiento interesante o
personal.
7.
SER CAPAZ DE ANALIZAR LAS PARTES
ESENCIALES DE UN TEXTO
Ya
hemos visto que la filosofía está muy relacionada con el lenguaje, con saber
distinguir lo que tiene sentido de lo que no, de saber apreciar los
significados ocultos de las palabras, etc. Y el lenguaje, cuando se encadenan
expresiones, forma un discurso. Pues bien, el discurso escrito, el texto, suele
ser el vehículo principal a través del cual el filósofo estudia, medita y
piensa.
Para
poder acceder al pensamiento de los demás es fundamental que sepamos analizar
un texto lo que equivale a decir analizar el pensamiento de un autor. Ante un
texto debemos estar en condiciones de saber detectar, al menos, lo siguiente:
·
El tema: Por ej. si es un texto
metafísico, lógico o ético.
·
La tesis principal: (qué defiende
el texto) Por ej. si está a favor o en contra del aborto.
·
Las fases de argumentación: qué
razones ofrece y en qué orden para apoyar su tesis.
8.
DISTINGUIR UN PROBLEMA FILOSÓFICO
DE OTRO QUE NO LO ES
Aunque la filosofía duda de todos nuestros prejuicios y de
todas las opiniones, ello no significa que la filosofía se ocupe de todo. No
todos los problemas que tienen los seres humanos, como sabemos, son
filosóficos. Hay problemas matemáticos, problemas psicológicos, problemas
físicos… y problemas filosóficos.
¿En qué consisten los problemas filosóficos?
Los problemas filosóficos no se plantean con la intención
de satisfacer nuestros deseos, no tratan de proporcionarnos más agua o más
dinero. Tampoco suelen tratar de las preocupaciones cotidianas de las personas
como por ejemplo resolver mis dudas sobre si ver una película u otra, o si ir
de vacaciones al mar o a la montaña.
Los problemas filosóficos tratan de asuntos de carácter
más general y universal, intentando encontrar el sentido último de las cosas.
Suele surgir por un conflicto entre dos proposiciones incompatibles que parecen
verdaderas al mismo tiempo pero que se oponen de tal forma que la verdad de una
implica necesariamente la falsedad de la otra. En definitiva, mientras que en
un problema concreto lo que está en juego es la satisfacción de un deseo
obstaculizado por un objeto real, lo que está en juego con los problemas
filosóficos no es nada menos que la búsqueda de la verdad.
Plantear un problema filosófico es, generalmente, poner en
evidencia una contradicción.
9.
MANTENER UN ORDEN EN EL DISCURSO
Al
saber analizar un discurso (texto), también deberíamos saber construir nosotros
nuestro propio discurso. Y para construir un discurso es fundamental, no sólo
saber qué queremos defender y en qué basaremos nuestros argumentos, sino saber
organizar tales argumentos para que tengan fuerza y coherencia transmitiendo
con la mayor claridad posible nuestro pensamiento a los demás.
Un
discurso filosófico no intenta defender una postura contra viento y marea, sino
que pretende ser objetivo y justo incluso cuando aquello a donde nos lleva no
sea lo que en un principio a nosotros nos gustaría más. Debemos ser objetivos
incluso cuando la verdad no esté de nuestro lado.
Pues
bien, para poder elaborar un discurso filosófico serio es necesario seguir al
pie de la letra lo que nos recomiendan las siguientes herramientas:
·
Conocer los errores (y aciertos)
del pasado
·
Argumentar si caer en falacias
·
Dominar la deducción y la
inducción
·
Pensar por uno mismo (además de
conocer a los grandes pensadores de la historia).
10.
CONOCER LOS ERRORES DEL PASADO
Para no caer en los mismos errores del pasado y no creer
que hemos descubierto cosas que fueron dichas hace ya muchos años o siglos, es
fundamental conocer el pensamiento de aquellos que filosofaron antes que
nosotros. De ahí que para filosofar sea fundamental previamente conocer la
historia de la filosofía, las teorías de los grandes pensadores y leer mucho.
11.
ARGUMENTAR BIEN SIN CAER EN
FALACIAS8
Además,
cuando consideremos que tenemos un pensamiento que debemos fundamentar y
demostrar, es fundamental que nuestra argumentación no caiga en las temidas
falacias. Como dijimos más arriba, una falacia es una argumentación que, aunque
parece correcta, en realidad no lo es. Sería recomendable ir un momento a la
unidad 3 apartado 1, dedicado a las falacias.
12.
DOMINAR LOS MÉTODOS DEDUCTIVO E
INDUCTIVO
Para alcanzar una conclusión a partir de un razonamiento
previo se utilizan los denominados “métodos científicos”. Los métodos
científicos son formas de razonar que nos ayudan a sacar conclusiones lógicas y
que evitan que extraigamos conclusiones erróneas. Es como el método de la suma,
por ejemplo, que nos ayuda a resolver problemas matemáticos.
Pues bien, los dos métodos más generales de la ciencia son
el método deductivo y el método inductivo. Ambos serán estudiados más adelante.
13.
INVOCAR A LOS GRANDES PENSADORES
NO EXIME DE PENSAR
Por
último, y no por ello menos importante, el filósofo que quiera hacer filosofía
de verdad, aparte de conocer el pensamiento de los grandes autores filosóficos
del pasado y del presente, debe pensar por sí mismo.
Si
sólo nos limitásemos a conocer lo que los demás han pensado, seríamos unos
eruditos, unos estudiosos pero no seríamos pensadores. Ser filósofo es pensar
por uno mismo, someter al propio juicio las afirmaciones de los demás, y sacar
nuestras propias conclusiones.
Así
volvemos al principio; un filósofo no debe aceptar sin más lo que digan los
demás, las opiniones o prejuicios ajenos (ni siquiera lo que digan los grandes
filósofos) sino que debe someter todos sus pensamientos a la estricta
vigilancia de su propia razón.
Un camino distinguible a la luz del dia, pero difícil de recorrer ante la gran cantidad de literatura especulativa que oscurece la razón de los temas que me interesan. Ya es difícil integrar un pensamiento trinitario,lograr una visión unificada de existencia,ciencia y religión en torno a un todo infinito pero cerrado. Es tan difícil ya solo crear en la mente una significación precisa de lo absoluto, para poder comenzar dándole una base solida desde la cual poder desgranar una verdad racional e integradora que me de por resultado una igualdad irrefutable entre Dios, existencia y universo.
ResponderEliminarpunto uno: la ciencia es opinion tambien, parecería. porque se reinventa cada cierto tiempo.
ResponderEliminarcon lo que ud dice se puede inferir que el conocimieto exite gracias a la ciencia, entonces lo que existia antes de la ciencia no era conocimiento. pareciera que el conociemiento cietifico esta en pañales en la historia
ResponderEliminar