domingo, 29 de octubre de 2017

CATALUÑA: DEMOCRACIA Y DIÁLOGO



CATALUÑA:  DEMOCRACIA DIÁLOGO.
Por Manuel Calvo Jiménez
Doctor en Filosofía


Yo, como Sócrates, considero que el ser humano es bueno por naturaleza y que, si yerra y se equivoca, no es por maldad intrínseca sino por ignorancia y estulticia. Por ello, querría dedicar este escrito a la tarea de desenmarañar algunos conceptos que, muy utilizados en los últimos tiempos por unos y otros en los medios de comunicación, no están en absoluto clarificados produciendo, aun sin querer (pues todos son buenos en su interior), equívocos de no poca importancia práctica y con consecuencias, aún hoy, impredecibles para nuestras vidas cotidianas.
No hay nadie que pueda, usando la razón adecuadamente, negar que la democracia y el diálogo son los mecanismos mejores que tenemos para organizar nuestras sociedades y solucionar nuestros problemas de convivencia. Sin embargo, ¿qué entendemos por democracia? ¿Es que hay sólo un concepto de democracia? ¿Y por diálogo, qué se entiende? ¿Puede dialogarse de todo, con todos y bajo cualquier circunstancia? ¿Es siempre justa una decisión democrática, sea lo que sea que se entienda por “justicia” y por “democracia”?
Como pueden ir vislumbrando, no es fácil ni está claro cómo responder a estas cuestiones. En los medios de comunicación se ven y oyen afirmaciones taxativas sobre la democracia, el diálogo, los pueblos, la justicia, el derecho a decidir… procedentes de personas que, lejos de ser malvadas, muestran claramente ciertas lagunas que han de ser puestas al descubierto. Yo, a mis alumnos de bachillerato, les enseño en la primera lección de Filosofía que las cuestiones filosóficas no pueden ser respondidas sin haber analizado antes, como primera y más elemental tarea, el significado de los conceptos que constituyen dicha pregunta. Si preguntamos “¿es justa la democracia?”, antes de responder o, incluso, de leer las aportaciones de otros pensadores, deberemos clarificar en qué sentido estamos utilizando los conceptos de “justicia” y de “democracia”. O, también, si cuestionamos “¿tienen los pueblos derecho a decidir?”, deberemos clarificar qué es un “pueblo” y qué puede un pueblo decidir por sí mismo. Y así deberemos proceder con cualquier interrogante si queremos emitir un juicio racional y válido y no evidenciar nuestra ignorancia con opiniones infundadas que, lejos de ser inocuas, pueden meternos en atolladeros muy complicados.
Sin embargo, también coincido con los Sofistas cuando afirmaban que, en el ámbito de lo humano, todo es relativo, todo es convencional y fruto del acuerdo entre los hombres. Qué signifique “democracia” o “justicia” no está escrito en ningún lugar del universo o grabado en piedra por los dioses, sino que es una convención, o mejor, invención humana que, a su vez, va adoptando distintos significados con el paso del tiempo. No era lo mismo una democracia de las primeras, aquellas establecidas en las polis griegas, que las democracias actuales de occidente. Aun así, debemos establecer qué entendemos nosotros por cada uno de esos conceptos para poder saber a qué nos referimos cuando hablamos, cuando emitimos juicios. Yo puedo estar en contra de la democracia en su acepción griega clásica (pues dejaba, por ejemplo, fuera del “pueblo” a las mujeres y aceptaba la existencia de esclavos sin derechos civiles…), pero puedo ser un profundo convencido de la bondad de las democracias actuales. Y la diferencia únicamente estriba en qué concepto estoy utilizando en uno y otro caso.
Pues bien, es por este motivo por el que se está produciendo en nuestros días, en el que se ha dado en llamar el “conflicto catalán” este diálogo de sordos entre los que, en defensa de la democracia y del pueblo exigen el respeto de la Constitución y aquellos otros que, defendiendo exactamente lo mismo, exigen respeto por su democrática decisión de independizarse de España. Y todos piden diálogo, sin atreverse nadie a negarlo, pero sin ponerse nunca a practicarlo (caso de que fuese oportuno y justo el hacerlo). El problema, pues, no es político; el problema (y su solución) es filosófico.
Ya estableció Hobbes en su Leviatán los peligros inconmensurables de la libertad de los individuos, esto es, de su libertad natural. Y es que el ser humano, por naturaleza (esto es, porque su naturaleza se lo permite) es un ser libre para todo, para cazar y defenderse, para matar y para desplazarse por el mundo a su antojo. Nada ni nadie tiene un derecho natural mayor que otro para imponer su voluntad. Todos somos natural y absolutamente libres. Pero, claro, igual que tú tienes libertad de hacer lo que desees en cada momento, yo también la tengo. Y, puesto que la naturaleza nos otorga a ambos la libertad absoluta, si yo, libremente, te agredo o te mato, no hay ley de ningún tipo ni razón natural alguna que establezca que ese hecho es injusto. Pues he usado mi libertad natural y legítima, mis actos no pueden ser juzgados como buenos ni como malos, como injustos ni como justos. Simplemente la naturaleza es así. Por ello, Hobbes veía la necesidad de crear un Estado Civil, con normas que obliguen a todos a renunciar a su libertad natural para conseguir así evitar esa situación natural tan peligrosa y caótica en la que todo hombre era “un lobo para el hombre” y donde la vida sería “brutal y corta”. Y Rousseau aportó un elemento fundamental para completar el análisis de la libertad humana: todo Estado Civil deberá hacer un pacto con cada individuo de manera que, pese a perder la libertad natural, pueda recibir una nueva libertad, la libertad civil, que le haga ser tan libre como antes del pacto social, pero sin los peligros que entrañaba la vida en la naturaleza. Ahora, con las LEYES del estado, los individuos reciben una nueva libertad aun a sabiendas de que esta está limitada y ya no es omnipotente e irresponsable como lo era en el estado de naturaleza. De modo que TODOS, libremente unidos en un colectivo social, decidimos nuestro futuro: es la VOLUNTAD GENERAL, prototipo filosófico de toda democracia actual.

¿Pero quiénes somos esos “TODOS” que podemos decidir libremente nuestro futuro? Por supuesto, este es un concepto convencional. “Nosotros” los sevillanos, los andaluces, los españoles, los europeos, los humanos… Nosotros decidimos quienes somos ese “nosotros” y nos damos las autorizaciones pertinentes para construir ese estado civil que nos permita ser libres al modo civilizado y nos haga perder esa peligrosa libertad natural que, sabemos, se traduce en esclavitud y GUERRA de todos contra todos.
Esos pactos, muy utópicos en sus comienzos, pero hoy día realizados y bastante bien conseguidos, ya se hicieron durante la historia y se lograron conformar los Estados en los que hoy vivimos algunos privilegiados del mundo. Los Estados del Bienestar, las democracias occidentales que nos permiten, entre otras cosas, escribir esto que ahora leen, profesar la religión que cada cual quiera, ejercer nuestros derechos civiles sin miedo a ser víctimas de la libertad natural y descontrolada de cualesquiera individuos o colectivos. Vivir en democracia es, desde Rousseau, vivir protegidos por la ley emanada de la Voluntad General, esto es, de nuestra propia voluntad con unos marcos de libertad de acción muy amplios que, como el dicho reconoce, acaban donde empiezan los marcos de libertad de los demás. Pero debemos tener claro que esa libertad civil, esa democracia y esos derechos obtenidos de nuestro consenso social existen única y exclusivamente porque hay una ley que los protege. El Derecho es la base de la coexistencia democrática y únicamente el respeto a la ley emanada de la Voluntad General puede ser el fundamento de la libertad.
Aplicando esta reflexión al “problema catalán” en España podemos considerar que “nosotros” actualmente somos “nosotros los españoles” pues hay un marco legal que, afortunadamente, nos otorga la capacidad de disfrutar de las libertades civiles más amplias nunca antes vistas en la historia de la humanidad. Tenemos una ley general (la Constitución) que hace que perdamos nuestra libertad natural y, a cambio, nos da una libertad civil de amplísimos contornos.
Sin embargo, nuestra situación histórico-política actual es más amplia y, en mi opinión, mejor: pues hemos ampliado ese “nosotros los españoles” a “nosotros los europeos” de modo que tenemos marcos legales comunes que nos hacen subir en cotas de libertad, de prosperidad y de justicia (o eso pretendemos que suceda). Nuestra aspiración personal, la de quien escribe estas líneas, es la de seguir con las ampliaciones y conseguir un día (quizá sea utópico, lo sé) unificar bajo una democracia global a toda la humanidad para que así desaparezca por completo la arbitrariedad que supone que unos cuantos humanos sigan ejerciendo, con el uso de su fuerza, su libertad natural sobre otros seres humanos desprotegidos. Se trata de erradicar, bajo una Constitución Mundial, las dictaduras, los fundamentalismos y los fanatismos que eliminan la libertad civil de muchos miles de millones de personas actualmente.
Pues bien, si un grupo, dentro de esta democracia que es España, no importa lo numeroso que sea (pues no es cuestión de número), decide no respetar las reglas del juego democrático, en ese caso lo que se produce es una VUELTA AL ESTADO NATURAL. Por supuesto que la masa popular echada a la calle actúa con libertad, pero NO CON LIBERTAD CIVIL, sino con LIBERTAD NATURAL. Y la libertad natural es el origen de la GUERRA, precisamente de la imposición de unas tesis sobre otras por el puro ejercicio de la fuerza. El acto de no respetar el marco legal que posibilita la democracia y la libertad civil no es un acto democrático (aunque lo haga un supuesto “pueblo”) sino un acto de guerra que pone en peligro la democracia. Por tanto, si hordas populares deciden, fuera de la legalidad vigente, realizar cualquier acto, en tal caso, lo que se produce es una ruptura del contrato social que, a su vez, supone una vuelta al estado de naturaleza que (también lo aclaraba Hobbes) es un estado de completa desconfianza de todos hacia todos y donde no puede nadie fiarse ni de la palabra ni de los juramentos ni de los pactos realizados, pues no hay fuerza ni poder (coercitivo y legal) que obligue a los individuos a respetar la palabra dada. Estando fuera de la ley, pues, no hay convivencia posible más que la amenaza, la desconfianza y el uso de la fuerza para imponer las propias convicciones.
¿Cómo puede pedirse “DIÁLOGO” en una situación de estado de naturaleza? Una vez que unos individuos (un grupo de ellos) deciden que no hay normas que regulen su comportamiento más que su propia libertad natural, ya no es posible el diálogo pues la desconfianza será la tónica en dicho intercambio de palabras y la fuerza será el único argumento que pueda sellar pacto alguno.
De hecho, el propio Hobbes aclara que, para llegar a un pacto social, será el miedo a perder la vida y la fuerza de unos sobre otros lo que facilite la entrada en la sociedad civil pero a costa de perder toda la libertad y de entrar en un estado civil con sistema de monarquía absoluta. Y eso, acordarán conmigo, que no es lo que queremos.
Por tanto, una vez rotas las reglas del juego democrático, aunque sea en aras de una libertad natural de un supuesto “pueblo”, lo que sucede es que se ha vuelto al estado de naturaleza y, en tal estado, el diálogo democrático y racional, no es posible. En una desobediencia a la Constitución, aun siendo una desobediencia muy numerosa, NO HAY UN MANDATO DEMOCRÁTICO, sino una masa de individuos en estado natural en el que no puede darse la democracia, ni la ley, ni la justicia, ni el derecho, ni, paradójicamente, la libertad civil.
Esta es, creemos, la explicación filosófica de por qué, sin una vuelta a la normalidad constitucional, a la legalidad vigente y a la VERDADERA DEMOCRACIA, no puede haber un diálogo con ningún grupo o colectivo sea este cual sea y reivindique lo que quiera que reivindique.
Puede que los exdirigentes secesionistas catalanes consideren que sus actos están avalados por un mandato democrático, es posible. Pero no es cierto. No los juzguemos con dureza pues, ya vimos que no es por maldad, sino por ignorancia que así piensan. A ellos les dedicamos estas reflexiones, por ver si así podemos reconducir la situación antes de que se deba imponer la fuerza ante individuos en estado de naturaleza.
En Sevilla a 29 de octubre de 2017.


jueves, 5 de octubre de 2017

CATALUÑA

Estimados amigos,

Ante los últimos acontecimientos ocurridos en Cataluña, no puedo esconder mi desasosiego e indignación. Me he planteado todos estos días escribir artículos diversos defendiendo lo que yo considero que es la cordura, a saber, el Estado de Derecho, la Constitución, las instituciones democráticas en su totalidad (¡incluso las catalanas, por supuesto!). Pero los acontecimientos ocurrían tan rápido y mi mente era tal hervidero de ideas que no encontraba las palabras para transmitir sin lugar a equívocos mis ideas.
Pero he aquí que otros lo han hecho por mí y, muy probablemente, mucho  mejor de lo que yo habría podido. Me refiero al filósofo Savater y al ex-presidente del gobierno de González, Alfonso Guerra. Este, de izquierdas; aquel, reconocido pensador defensor de la democracia y de la paz. Ninguno de ellos sospechoso de derechismo o de fanatismo españolista. Quien haya leído "Ética para Amador" podrá saber por qué derroteros va el pensamiento ético "savateriano" (también, claro, su pensamiento político ampliado en "Política para Amador").

Pues bien, ambos defienden el mantenimiento del orden constitucional, pues no puede haber democracia fuera de él. La democracia sólo es posible dentro del respeto a unas leyes que nos hemos dado todos y, dentro de ellas, todo (o casi todo) es susceptible de ser propuesto y defendido.

Sin embargo, el hecho puro y simple de votar no tiene por qué ser democrático. ¿Podríamos votar así sin más que los hombres vuelvan a tener supremacía sobre la mujer? ¿Y si se ganara dicha votación, a todas luces anti Derechos Humanos... sería legítima, justa y democrática? Pero iría contra la Constitución que afirma que todos somos iguales, libres y con idénticos derechos. ¿Podría votarse y sería democrático el echar de nuestro país a musulmanes, negros o judíos?

En definitiva, como se puede ver, confundir urnas con democracia es, además de una torpeza propia de incultos e ineptos, una falacia muy bien pensada por aquellos que, haciendo demagogia, sólo pretenden conseguir poder, o prestigio... y que van a conseguir, al final, acabar con lo mejor que tenemos: la paz democrática conseguida con tanto esfuerzo.

Sólo deseo que, al final, mis hijos puedan disfrutar de una España tan próspera, democrática y pacífica como la que yo he vivido gracias a nuestra Constitución y al esfuerzo de todos nosotros por conservarla.

Les dejo los enlaces a los escritos y declaraciones de Guerra y Savater. Léanlas, son clarividentes y llenas de sentido común.

Carta de Savater, San Gil, Rosa Díez Pagaza y Gorriarán al Jean Claude Juncker

Alfonso Guerra, declaraciones sobre Cataluña

PAZ Y LIBERTAD.